La política metafísica de Heidegger
ABC Cultural ha publicado recientemente una colaboración de Rüdiger Safranski, uno de los más conocidos biógrafos de Martín Heidegger, en la que da una explicación de la relación que el filósofo alemán con el nacionalsocialismo, a la vez que manifiesta el influjo y fascinación que Heidegger sigue ejerciendo en algunos círculos actuales.
Abrumadoras han sido las quejas por el supuesto silencio de Heidegger después de 1945. Lo cierto es que, quien le preguntó en serio, recibió respuesta. Da fe de esto el tomo 16 de la Edición General, que tanto se ha hecho esperar, pero finalmente ha visto la luz en fechas recientes (Klostermann, Fráncfort, 2000). Tal como indica el subtítulo, contiene «discursos y otros testimonios del camino de una vida». Por ejemplo, en 1960 un estudiante pidió al famoso filósofo información sobre aquellos años oscuros. Heidegger se dio cuenta de que la pregunta iba en serio, y que no estaba formulada por un joven con pose de superioridad moral. El estudiante había descrito su conflicto interno, pues no era capaz de conciliar la filosofía de Heidegger y su adhesión política a los nazis. El 19.9.1960 Heidegger contestó en una extensa carta al desconocido estudiante: «El conflicto permanece insoluble mientras Vd., por ejemplo, una mañana lea el Principio de razón y ese mismo día por la tarde vea documentales de los años tardíos del régimen de Hitler, mientras Vd. enjuicie el nacionalsocialismo en forma meramente retrospectiva desde su propia situación y mirando a lo que desde 1934 ha salido a la luz cada vez con mayor claridad. Al principio de los años 30 las diferencias de clases en nuestro pueblo se habían hecho insoportables para todos los alemanes que tenían un sentimiento de responsabilidad; y no resultaba menos insoportable el grave amordazamiento económico de Alemania por el Tratado de Versalles. El año 1932 había siete millones de parados, que con sus respectivas familias tenían ante sí la penuria y la pobreza como único horizonte. El desconcierto por causa de esta situación, que la generación actual apenas puede imaginarse ya, se apoderó también de las universidades».
Temple de ánimo
Heidegger menciona motivos racionales, pero insinúa también su entusiasmo revolucionario en aquel momento. En los años veinte enseñaba Heidegger que las decisiones obedecen a los temples de ánimo. En el año 1933 el temple de ánimo de Heidegger era el de una rehabilitación nacional de Alemania y un nuevo comienzo, tal como puede mostrarse con bastante precisión en base a los documentos recientemente publicados. La conquista del poder por parte del NSPAD en enero de 1933 conmovió a Heidegger, que se veía a las puertas de un cambio de época tan profundo y transformador como el del Renacimiento o el de la Reforma protestante. Lo mismo que en Napoleón veía Hegel cabalgar al espíritu del mundo, de igual manera Heidegger creía que con Hitler podía empezar una nueva época, nueva para Alemania y más allá de Alemania.
El filósofo era presa de la atmósfera revolucionaria de un nuevo sentimiento de comunidad, pero no estaba empapado de la ideología nacionalsocialista. Hay que mantener esta diferencia con toda claridad. Según su concepción la filosofía implica una movilidad libre en el pensamiento y en los planteamientos, es un acto creador que disuelve las imágenes del mundo y las ideologías. Heidegger criticó con toda dureza el darvinismo social, el sociologismo y el racismo. Pero no salió a la luz con suficiente claridad hacia dónde dirigía propiamente sus afanes. En la pasión revolucionaria de la rehabilitación de Alemania y del nuevo comienzo se difuminó la definición exacta de la meta a conseguir. Por eso los ideólogos del nacionalsocialismo echaban en cara a Heidegger el reproche de «nihilismo». Y tampoco los discípulos de Heidegger sabían a qué atenerse, si habían de estudiar a los presocráticos o marchar con las SA. En el maestro mismo puede observarse cómo intenta comprender lo que se ha apoderado de él y cómo no lo logra. ¿Qué quiere decir, por ejemplo, cuando en las alocuciones de este tiempo habla de la «transformación completa de nuestra existencia alemana»? Se trata ante todo de superar el desempleo, de la solidaridad del pueblo, de la igualdad de derechos de Alemania, de la liquidación del Tratado de Versalles, etc. Es indudable que todo esto era importante para Heidegger, pero lo realmente excitante para él eran las visiones metafísicas que iban unidas a las transformaciones políticas. Lo percibimos con plena claridad en el discurso que pronunció en la Universidad de Friburgo el 27 de mayo de 1933, con ocasión de la toma de posesión como rector nacionalsocialista. Habla allí con reconocimiento de la movilización nacionalsocialista de todas las fuerzas del pueblo en el «servicio de trabajo, defensa y saber». La Universidad, dice, debe al pueblo la entrega al servicio del saber. Esto recuerda la venerable imagen de los tres órdenes: labradores, guerreros, sacerdotes, que dominó la imaginación social del Medievo. En esa imagen los sacerdotes unen el organismo social con el cielo. Ellos cuidan de que las energías espirituales circulen en las terrestres. En Heidegger son los verdaderos filósofos los que ocupan el puesto de los sacerdotes. Sin embargo, donde otrora estaba el cielo, está ahora para él la oscuridad del ser que se oculta, la «incertidumbre del mundo». Los nuevos sacerdotes son ahora realmente los «lugartenientes de la nada» y se muestran como más osados todavía que los guerreros. Ya no tienen ningún mensaje que hayan de transmitir del cielo a la tierra y, sin embargo, emiten todavía un lánguido resplandor de aquel antiguo poder sacerdotal que en tiempos se fundaba en el monopolio de las grandes cosas invisibles y desbordantes. Quince años antes, a principios de la República de Weimar, Max Weber había exhortado en un discurso famoso a los intelectuales a soportar estoicamente el «desencanto del mundo», y había prevenido frente al turbio negocio del intencionado reencanto por parte de los profetas ex cathedra. Quiera o no, en este 27 de mayo de 1933 Heidegger está allí como profeta ex cathedra, empujando hacia arriba y con palabras marcialmente sonoras, como sacerdote bajo un cielo vacío, como jefe de la brigada de asalto, rodeado de banderas y estandartes. En las recientes lecciones sobre Platón se había identificado en el mito de la Caverna con la figura del liberador que desencadena a los cautivos, a los «inauténticos», y los saca fuera. Ahora está persuadido de que con la revolución de 1933 ha llegado el momento histórico de una irrupción colectiva en la «autenticidad», y él quisiera situarse a la cabeza de esta transformación.
Heidegger reaccionaba ante acontecimientos políticos, y su actuación como rector se desarrolló en el plano político. No obstante, fue la imaginación filosófica la que dirigió su reacción y su acción. Y esta imaginación filosófica transformó el escenario político en un horizonte de filosofía de la historia, en el que se representaba una pieza tomada del repertorio de la historia del ser. Es este escenario interno, imaginario, el que determina la acción exterior de Heidegger. No entiende su actitud quien deja de reconstruir este escenario interior, imaginario. Los que determinan la acción no son los acontecimientos mismos, sino los acontecimientos interpretados.
Cortocircuito
En la filosofía de Heidegger en torno a 1933 hay un cortocircuito entre metafísica y política. El instante revolucionario se convierte en un suceso con aureola de Epifanía. Pero precisamente ahí se muestra en qué medida Heidegger está acuñado por el extremista clima intelectual al final de la República de Weimar.
Las reflexiones filosóficas sobre un cambio súbito, desde Ernst Bloch hasta Carl Schmitt y Ernst Jünger, especulan todas, lo mismo que Heidegger, con el gran momento en que se hará todo nuevo y diferente, en el que posiblemente un Dios llegará a intervenir en la Historia. Grandes instantes exigen corazones aventureros. Y no hay duda de que para Heidegger en 1933 había llegado el gran momento, aquel momento en el que él descubrió su corazón aventurero. Y así en los juegos del solsticio vernal, puesto de pie, pronuncia las palabras: «¡Llama!, que tu flameante ardor nos anuncie: la revolución alemana no duerme, se enciende de nuevo a nuestro alrededor y nos ilumina el camino en el que no hay marcha atrás. ¡Decaen los días, crece nuestro valor!»
En defensa de Heidegger se ha esgrimido el argumento de que, quien piensa a lo grande, comete grandes errores. Veo en ello una improcedente manera de hablar que encubre el problema. Nos acercaremos mejor a él con una metáfora: antes en una cámara fotográfica había que conformarse con tres enfoques, con tres «objetivos». Uno de larga distancia, otro para lo cercano, y un tercero de distancia media, es decir, para lo usual. La filosofía de Heidegger proporciona grandiosas imágenes relativas al lejano horizonte de la historia del ser, así como impresionantes captaciones de cerca en relación con situaciones existenciales de la angustia, de la preocupación y del aburrimiento. Por tanto, la filosofía de Heidegger es muy buena para lo totalmente cercano y lo totalmente lejano. Pero él carece del objetivo correspondiente para la distancia media, para aquel lugar donde podemos sospechar que está la razón provisoria de lo político. En este ámbito no podemos esperar de él imágenes utilizables.
Ahora bien, esta carencia no habría de preocuparnos en exceso, pues entre tanto tenemos una superoferta de filosofía más correcta, aunque también más aburrida. Salta a la vista que también en filosofía todo tiende al centro democrático. Y en una situación así, es muy de apreciar que tengamos a un Heidegger con la osadía de llegar hasta los límites. E incluso es bueno que lo tengamos a fin de aprender de sus errores que sería mejor no esperar de la política una respuesta a la pregunta por el sentido del ser.
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